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Sometidos desde la infancia al reduccionismo social y doblegados por el maniqueísmo publicitario de los dogmas, a lo largo de nuestra vida adquirimos creencias que arraigan de manera errónea en lo más profundo de nuestro ser. La polarización ética del binomio del bien y el mal constituye uno de los hábitos colectivos más tóxicos de nuestra existencia, que hipoteca el presente sin pudores a expensas de unos frutos futuros mermados por esta dicotomía moral. La convicción pueril y generalizada de que “las cosas irán bien si soy bueno o mal si he sido malo” provoca frustraciones al confrontarse con el espejismo de la realidad. Pura manipulación de los patrones conductuales con una finalidad de sobras consabida: coartar nuestra libertad.

La LEY DEL MERECIMIENTO, como expusimos en En la vida todo es merecimiento, ahonda en un concepto trascendental, anclado en nuestra esencia y que se manifiesta a través de la vibración natural del movimiento, presente en el mundo mineral, vegetal y animal de la Pachamama, dadora de vida. En los humanos, creerse merecedor tiene que ver con la unión de acción y creación, en un principio neutro que se descubre mediante el uso que cada persona consiga hacer de él. Manejar las riendas del derecho a merecer supone la conquista de un poder infinito. Lograrlo requiere una observación minuciosa de uno mismo hasta alcanzar el autoconocimiento más exhaustivo. Reconocerse como instrumento sagrado del Creador y aceptar el lugar correspondiente en las situaciones ocurridas supone un primer paso de cara a virar la trayectoria destructiva. El MERECIMIENTO absorbe lo que tú proyectas, reflejas y materializas. De ahí que dejarse fluir y “vivir lo que toca” sean sus bases más sólidas.

Confiar en que “TAMBIÉN ESTO PASARÁ”, como rezaba la sabia frase grabada en el anillo del rey protagonista de la leyenda oriental y revelada con humildad por un anciano sirviente, es la clave armónica que todo lo contiene.

Ana Hatun Sonqo